
Si busco una palabra para describir el mundo de antes de 1914, esa palabra es seguridad. En la época en la que crecí y me crié, todo en Europa parecía firme y estable. Y los Estados y los Parlamentos parecían la garantía suprema de esa seguridad. Aquel mundo, sin embargo, murió.
Hay indicios para pensar en el fin de una era. Presentaba ayer Manuel Arias su libro "Democracia sentimental". Viene a decir algo así como que Trump, o a Le Pen, o a Podemos, o a cualquier otro outsider, no se le vota con la cabeza, se le vota con el corazón y las entrañas. Vuelve el epicismo, las emociones, al orden mundial. Pudiera pensarse que en la posmodernidad no ha acabado con la guerra, no, pero al menos había enseñado a disimularla. Ese disimulo ya agoniza y la batalla de Mosul se retransmite en semidirecto, cual Vietnam. De tanta anestesia, Occidente ya vuelve a necesitar sentir algo, aunque sea dolor. Recordaba en la presentación Manuel Arias a ciertos intelectuales que, antes de la Primera Guerra Mundial, estaban deseando que esta estallase, así al menos sucedía algo, se acababa ese mundo de cristal y funcionario que definía el Zweig de Cortázar.
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